Quinta parte: HOMOFOBIA: PATOLOGÍA Y AGENTE PATÓGENO

LA TELA DE ARAÑA

La homofobia, en tanto que actitud retroactuante entre (y compartida por) el emisor y el receptor, vía las redes de itercambio/interrelación sociales, subyace en la generación de descripciones, estimula caricaturas, crea y fortalece estereotipos e incide en la construcción de verdades temporales que generan malestares y conductas que son fuente de desconcierto y desconfianza, y consecuentemente en la explosión de manifestaciones de violencias y miedos viriopintos. De ahí, que no podemos (ni debamos) pensar la homofobia sólo en términos bipolares y maniqueos de “agente y receptor“, de “víctima y verdugo” o de una confrontación lineal y asocial entre individuos, pues necesariamente se da como parte de una dinámica sociocultural psico-afectiva y posee una estructura que no sólo antecede a la acción (dado que tiene historia), sino que tras ella, permanece intocada (cuando no, fortalecida). Más que un “sube-y-baja” mecánico, podemos asociarla con (imaginarla como) una “red/tela de araña” engañosa y suicida: bastante sutil (a veces), resistente, pegajosa, flexible e inmovilizadota.


No obstante, la homofobia es, de hecho (y paradójicamente), más engañosa para el sujeto homófono que para la víctima, dado que, aunque pueda parecer (y pretenda ser utilizarla como) red protectora para dar confiados saltos riesgosos, a la postre se significa como red envolvente, asfixiante, inmovilizante: el homófono se ve restringido en sus movimientos (no vayan a ser interpretados como impropios de su sexo, de su sexo-género y de su condición social); se ve restringido en sus manifestaciones afectivas (en relación a familiares y amigos de su propio sexo) y atrapado en sus propios juegos de ingenio (v.g. los albures) so pena de caer víctima de su propio discurso homófobo. Es por ello que, de alguna manera, podemos pensar que entre los más evidentes signos/síntomas de la homofobia se dan los siguietes patrones de afectación:


Para el/la heterosexual homófono/a, la propia heterosexualidad requiere del referente homosexual para, rechazándolo, consolidar su propia identidad; la imagen de sí mismo/a se consolida con la devaluación del otro (el/la homosexual). Ello porque, como apunta Serge Moscovici:


“Por una paradoja que no es sino en apariencia, es en la interacción homosexual que la dimensión sexual adquiere un relieve social y no en la interacción heterosexual.”


El/la homosexual pretende, por introyección del orden y la mirada sexual hegemónicos, que la propia homosexualidad alcance un estabilidad en términos de los referentes heterosexuales. Al respecto, el mismo Didier Eribon nos recuerda un conflicto frecuente en el discurso emergente de las homosexualidades:


“…el orden social conforma la conciencia misma de los homosexuales […] el lugar infravalorado que les es asignado en la sociedad se inscribe en lo más profundo de ellos mismos, moldea su subjetividad y su personaldad. Pero, al mismo tiempo, los homosexuales están obligados a valerse de esa identidad para poder vivir su homosexualidad.”


Es por todo ello que, al igual que al machismo, al racismo, al clasismo y a otros muchos ismos fundamentalistas (en más de un sentido equiparables), a la homofobia podemos pensarla (y quizás debiéramos reconocerla) como una virtual tela de araña que atrapa al todo social y lo hace vibrar en un juego truculento y malsano de desconocimientos y desconfianzas: una red de plurales cualidades y resonancias. Red/tela que se fija y extiende entre los diversos componentes de una endogenia, que da cuerpo a individuos y grupos singulares (los heterosexuales y los homosexuales y bisexuales), y entre los múltiples y cambiantes componentes bio-sociales y socio-culturales y la radiación psico-afectiva de la exogenia, que configuran y modulan/regulan a los grupos e instituciones que se instituyen como hegemónicos (población heterosexual e instituciones heterocéntricas como la familia, la escuela, la Iglesia, etc.) o que emergen como alternativos —cuando no como subversivos/revolutivos— (población homosexual y bisexual, estilos de vida diferentes).


La homofobia, como cualquier otra actitud discriminatoria y violenta, supone una trampa en la que quedan atrapados los mismos sujetos sociales que las manifiestan. En tanto que actitud que deviene en plataforma discursiva y que prepara un escenario para la acción, no tiene un contorno preciso y una significación unívoca, sino una imagen difusa y un amplio espectro de significaciones, no libres de contradicciones y giros paradójicos. De ahí que, como patología deviene en agente patológico y como agente patológico deviene en patología manifiesta; aunque sus signos, síntomas y procesos de deterioro y malestar no sean definibles y describibles de manera precisa... y escape a los marcos referenciales ortodoxos de las posibles taxonomías. En virtud de las miradas y discursos médicos (y medicalistas) acuales, por ahora es sólo a través de analogías y metáforas que podemos pensar la homofobia como una patología muy común, infecto-contagiosa y crónica, histórica, pandémica y estadísticamente significativa. Y como agente patológico, pensarla como de transmisión directa e indirecta (vía la educación, la imitación y la instiucionalización).


Más que a través de contornos y patrones únicos y fijos, unipersonales, bipolares e inmediatos, la homofobia se manifiesta mediante la efervescencia de extensiones culturales y emocionales que median, regulan y matizan “maneras de ser” y direccional/configuran “maneras de sentir, mirar, aprehender y comprender”, “maneras de vivir el soy y de vivir al otro”, tanto en los heterosexuales como en los homosexuales y bisexuales... e inevitablemente entre unos y otros. Por consiguiente, no sólo se inscribe en el ámbito de las ideologías y las conductas reactivas de los individuos, sino que genera todo un amplio y diversificado espectro de situaciones, simbologías y sintomatologías propicias para un plural ejercicio de la violencia y para la emergencia de numerosos síntomas y signos propios de cuadros patológicos. Cuadros que las políticas de salud, de seguridad pública y de justicia ―en la mayoría de los países de tradición judeo-cristiana― aún no contemplan y, por lo mismo, no asumen como un objetivo necesario y urgente a considerar en sus programas y estrategias.


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