CLOSET = HOMOFOBIA
El título de esta reflexión quizás les parezca exagerado, injusto, quizás hasta agresivo e incluso insolidario, recalcitrante, tal vez –por favor, llenen con adjetivos la línea puntuada, como suele decir mi admirado Jesús Calzada:......................); lo que sí asumo es que es un postulado radical, porque pretendo –aunque no lo consiga– llegar a la raíz de un problema social milenario.



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El clóset es una imposición de silencios, de vergüenzas, culpas o miedos, por lo que es un dispositivo de opresión; un dispositivo que orilla a fingimientos y mentiras, un dispositivo de tortura que orilla a esconder algo de lo que uno es. El clóset sólo aparentemente permite al individuo sentirse bien, aunque realmente lo que ofrece es tranquilidad a los otros; el clóset es un dispositivo de poder heteronormativo: si no eres como debieras ser en una sociedad heterocentrista, son los demás los que te amenazan; de ahí que si estás en el clóset es para no ser discriminado, perseguido, injuriado, despreciado; luego entonces, el clóset es un instrumento de la homofobia. Y si es un instrumento de la homofobia, vivir en el clóset es aceptar ser regido por la homofobia. Uno no se mete al closet, es metido a la fuerza, porque nacemos en el seno de un orden social homófobo. Como bien apunta Paco Vidarte en su libro Ética marica. Proclamas libertarias para una militancia LBTBQ: "Yo soy marica y mi circunstancia es un medio mayoritariamente hostil, heterosexual, machista, homófobo […] las maricas ya parten de una situación peculiar: están desprovistas de un yo, son no sujetos." (pg. 33)

Cuando el homosexual no se permite ser como es, expresar sus sentimientos, ventilar sus amores es por temor a lo qué podrá hacer papá, cómo se lo tomará mamá o paralizado por el posible infarto de la respetable abuela; consecuentemente, finge para no desentonar, para no arriesgar insultos, rechazos, desprecios... no evita sus propios escándalos sino los de aquellos que le rodean... Insisto: clóset = homofobia.
La homofobia tiene más rostros y máscaras de las que muchos queremos reconocer porque amamos a mamá, respetamos al abuelo, aspiramos un buen puesto de trabajo y el reconocimiento de quienes nos rodean, porque se teme el "qué dirán". El clóset obliga a ocultarse cuando se está en casa, se va a la escuela, se solicita un trabajo... porque la homofobia exige que nos pongamos una máscara, que le cuestan mucho a quienes se dejan avasallar, humillar, oprimir y avergonzar por lo que piensan los demás.
Pero la homofobia no para ahí... va más lejos porque es violencia polimorfa. Es la homofobia la que realmente se disfraza para incidir en el ánimo, se maquilla de tolerancia y de interés científico incluso. Por ello, invito a reflexionar un poco más allá de la inmediatez del miedo o la culpa, una lista de diez expresiones de homofobia que no solemos reconocer como tales:
1) Que los padres presupongan que sus hijos serán heterosexuales, y por
ello les parezca de lo más natural preguntarles a sus hijos sobre si tienen
novia (o novio, en caso de las hijas. Así como que, por el hecho de ser sus
padres, los hijos den por hecho que son heterosexuales.
2) Que las madres –y en menor medida los padres– se pregunten “qué he hecho
mal” cuando se enteran que un hijo o una hija es homosexual.
3) Que los padres, cuando saben que un hijo o hija es homosexual, pretendan
que finja, demanden “discreción”, anteponiendo el “qué dirán” a la solidaridad
y el apoyo parental… Lo que no es más que exigir que vivan en el “clóset”.
4) La búsqueda de una causalidad de la homosexualidad, cuando ningún
investigador se ha propuesto todavía buscar la de la heterosexualidad.

6) Proponer presuntas terapias para “convertir” en heterosexual al
homosexual.
7) Considerar defecto, delito, pecado o “faltas a la moral” los deseos y
las conductas homosexuales. Sorprenderse y sentir alarma por ellas.
8) Que los asesinatos de homosexuales, travestis, transexuales y demás,
queden impunes con mayor frecuencia y, la mayor de las veces, se concluyan con
que se trató de “una riña entre homosexuales” o “un crimen pasional” al que más
vale dar carpetazo.
9) Que el orden social hegemónico sea heterocéntrico,
heteronormativo, falocéntrico y misógino,
y se rija por una concepción binaria de los sexos, y
10) Implementar políticas de “tolerancia” pretendiendo subsanar con ello el
orden de exclusiones imperante y las actitudes de rechazo que se tienen y
expresan todos los días, a todas horas, en todas partes. Tolerar no es otra
cosa que: “aguantar, soportar”, incluso resignarse a que algo que no gusta, que
molesta, que no se quisiera ver o tener cerca, exista… La tolerancia es,
quizás, la máscara más humillante de la violencia. Por ello, cabe suscribir una
demanda impostergable: Seamos intolerantes
con la tolerancia… Y es que tolerarnos supone otorgarnos permisos para ser lo que somos, concedernos una libertad condicionada...
¿Limosnas y palmaditas en la espalda?
No gracias...
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