REFLEXIONES EN TORNO A LA PREGUNTA: ¿UN DERECHO AL CLÓSET?
© por Xabier Lizarraga Cruchaga
Con cariño y admiración a todos aquellos que, luchando contra los miedos y las vergüenzas, han podido salir del clóset tantas veces como ha sido necesario.
Sin duda el “clóset” [el armario] es un instrumento para la supervivencia, pero quisiera precisar un poco más: es un instrumento para la sobrevivencia del heterocentrismo, de la heteronormatividad, de la expectativa genésica de nuestra sexualidad; para que sobreviva el orden opresor, humillante, de violencia, para que sobreviva la homofobia.
El clóset no es un instrumento construido por nosotros mismos para mejorar nuestra existencia y nuestras posibilidades de vida, de realización, de crecimiento y de disfrute; es un instrumento de tortura construido e impuesto por el orden excluyente y presuntamente “decente” del heterocentrismo (que no de los heterosexuales, en tanto que individuos, sujetos sociales y de deseo). El clóset es un instrumento construido e impuesto (obligado) por la homofobia institucional para afianzar su poder sobre nosotros, provocando miedos, vergüenzas y culpas. Un instrumento que responde a una estrategia de dominio, de sometimiento. El clóset es un ingrediente poderoso de la homofobia que ha instalado sus reales en nuestras cabezas: todos aprendemos a ser homófobos, de ahí que sea tan difícil librarnos de los muchos tentáculos con que nos ata e inmoviliza la homofobia, esa homofobia introyectada que, antes de saber qué significa ser homosexual, lesbiana, trans, nos hace tragar miedos, respirar angustias, maquillarnos de rubores e indigestarnos con arrepentimientos y pecados creados por otros, forjados en los hornos de ese fantasma amenazante en que, nuestros temores y deseos de agradar y “ser aceptados”, convierte a la dominante “sociedad de enfrente".
No podemos negar que el “estar en el clóset” (no dejar saber que somos homosexuales o trans) permite sobrevivir en circunstancias extremas (pienso en casos [espacios] como los actuales Irán y Mauritania, entre otros muchos, o como los que fueron la España franquista, la URSS de Stalin, la Alemania nazi…) Y no sólo sirve, sino que resulta imprescindible para sobrevivir en aquellos países en los que la homofobia institucional deviene criminal y es tolerada —repugnante palabra— por otros países que presumen de democráticos, como Estados Unidos, México, Reino Unido, Alemania, Japón, Canadá, España… Pero cuando el clóset no responde a ese tipo de realidades extremas, es una infección emocional que carcome al individuo y lo enferma: vivir mediado y manipulado por el miedo, agachando la cabeza y tragando insultos, puede derivar (y de hecho lo hace) en trastornos emocionales y mentales muy lamentables.
Sin duda todos necesitamos vivir nuestro propio proceso para salir del clóset; para unos es más difícil, más largo y tortuoso, más lacerante, doloroso, pero siempre tiene sus lados luminosos, sus alivios: quitarse las cadenas es la única opción para llegar a ser lo que realmente queremos y podemos ser. Y para ello, es necesario, imprescindible y siempre urgente tomar las riendas y la decisión de hacer de nosotros una persona digna de nosotros mismos.
Dejarnos paralizar por el miedo al qué dirán, a lo que diga, piense, haga o padezca (se desilusione) papá, mamá, la abuela o el tío, el primo o la hermana, es rendirnos y volcar toda la homofobia del sistema sobre nosotros mismos; con frecuencia nos paralizamos en nombre de lo mucho que queremos y admiramos a nuestros padres, familiares, amigos, compañeros de trabajo, de estudio y de la vida, pero esa parálisis es verdaderamente vergonzosa, porque con nuestros silencios, fingimientos y ocultamientos, lo que estamos haciendo es aceptar que nos conformamos con un amor condicionado, con una libertad condicionada, con una existencia avasallada por los criterios, las ideologías, los proyectos a futuro y las expectativas de los demás. Sin duda papá y mamá, que aprendieron la misma homofobia y misoginia que nosotros, tienen la idea de que somos y seremos lo que ellos quieren que seamos… o lo que ellos nunca consiguieron ser. Salir del clóset es quitarles la venda de los ojos: nadie puede ni debe ser lo que otros quieren que sea, siempre somos lo que cada uno bien o mal conseguimos hacer de nosotros, superando obstáculos, cosechando éxitos, enfrentándonos incluso con nosotros mismos para ser plenamente, no un simulacro o un títere manejado por hilos que van más allá de la casa paterna o de la empresa o la iglesia a la que puede acudirse buscando paz. ¿Hay posibilidad de paz y éxito vital, sin sentirnos en paz con nosotros mismos? La cobardía y el servilismo siempre dejan secuelas.
Es necesario detenernos a pensar que, por lo general, antes de dar los pasos que nos lleven a salir del clóset nos la pasamos suponiendo, imaginando que algo terrible nos pasará si los demás llegan a saber qué sentimos, cómo somos, qué deseamos. Y en ocasiones sí ocurren cosas muy lamentables y dolorosas: aquellos que decían amarnos nos dan la espalda, nos retan, nos insultan y nos quieren arrastrar a terapias lacerantes. Pero ¿nos ponemos a pensar si realmente nos quieren los que dicen querernos? También es posible que nos expulsen de la escuela o nos corran del trabajo, pero si no hemos conseguido construirnos redes sociales firmes, basadas en la honestidad y la confianza, de poco nos servirá que finjamos, porque cualquier guiño, gesto, movimiento o palabra que se escape se puede volver en pretexto para el chantaje, para la extorsión… Más vale defender nuestro trabajo, nuestros centros de estudios y nuestros grupos afectivos con la seguridad de que todo lo que se diga de nosotros son anécdotas o calumnias; si son anécdotas, defendamos nuestro derecho a la vida por la vía legal y si son calumnias denunciemos también por la vía legal: no demos pie ni resquicio alguno a la extorsión.
Argumentar la pérdida del trabajo o de la herencia es sin duda una posibilidad para defender el “estar en el clóset”, de ahí que yo plantee que vivir en él, sin osar movernos demasiado para que no nos descubran, es vivir esclavizados a la moral, a las expectativas y a las normas del amo heterocéntrico: el clóset es una esclavitud emocional, afectiva y aceptada humillándonos a nosotros mismos; y por desgracia, defender el clóset es también defender el derecho a vivir esclavizados. Como en su momento dijera Jesús Calzada: “el derecho al clóset es un derecho a no tener derechos”… Y por más que se caiga en la tentación de calificar dicho argumento de “sofisma”, no lo es, aunque sí puede ser evidencia de oportunismos políticos: permanecer en el clóset y demandar derechos, a través del uso de la tercera persona, hoy por hoy es un acto de oportunismo, de manipulación, de utilización de quien es uno de tus pares, al que pones como parapeto, como trinchera... Sin duda, esa fue una estrategia muy utilizada en Alemania, Inglaterra y otros países europeos en el siglo XIX, y políticamente útil en ese tiempo-lugar, que seguirá siendo importante y útil hoy en aquellos lugares en que la homosexualidad o el ser trans supone persecución legal, encarcelamiento, tortura o condena de muerte.
En países como México, Estados Unidos, Alemania, España, Argentina, Ecuador, Costa Rica, etcétera, permanecer indefinidamente en el clóset, sin intentar desmontar ese instrumento de tortura impuesto, es asumir que estamos dispuestos a que nuestra vida se desgaste y diluya en continuados fingimientos, mentiras, engaños… Implica que estamos dispuestos a claudicar ante la homofobia del orden social heterocentrado, y que nos negamos a ser sinceros, honestos, dignos. Y también es obligar a aquellos a los que decimos querer a que no nos conozcan, quizás hasta estar decididos a obligarlos a que nos quieran sin conocernos, sin saber si están de acuerdo con lo que somos, hacemos y pensamos; los obligamos a vivir nuestras mentiras, nuestros engaños, nuestra farsa (nada divertida, por otra parte). ¿Tenemos derecho a que aquellos con los que compartimos la vida e incluso las ilusiones ignoren quiénes somos, cómo somos? Triste derecho… muy injusto para ellos y para nosotros mismos.
Lo que puede calificarse de “sofisma” es ese argumentar "un derecho al clóset" aludiendo al “derecho a la intimidad o la privacidad.
¿Por qué? Simplemente porque ese pretendido derecho se nos niega cotidianamente cuando los partidos políticos nos acosan telefónicamente con la publicidad de sus campañas, cuando de pronto nos vemos en un noticiero de televisión sirviendo de imagen para ilustrar una noticia, siempre que se usa nuestro nombre o nuestra imagen o se hace referencia a nosotros sin que expresamente hayamos consentido en ello. La intimidad y la privacidad nos las construimos cada uno de nosotros cada día, las buscamos tras unas paredes y unas puertas cerradas (como clamaba Carlos Pellicer en su poema “Recinto”), las conseguimos cerrando los ojos, no acudiendo a ciertos sitios: ningún juez castigará a aquel paparazzi que acosa a una estrella de cine o a una figura pública sacándole miles de fotos para que en los medios publiquen verdades o mentiras sobre sus amores, desamores, idas y venidas, ni tampoco les impondrá distancia y multas a los testigos de Jeohová que en domingo tocan el timbre de mi casa para molestarme con su reiterado proselitismo. ¿Dónde empieza y termina el derecho a la intimidad o a la privacidad?
Respeto y estoy en la mejor disposición de acompañar en el a veces largo y siempre difícil proceso de salir del clóset —porque finalmente no se sale una sola vez del clóset, se tiene que salir una y otra vez, es un proceso inacabable—, que también nos enriquece y ofrece gratificaciones emocionales a largo o a corto plazo. Pero no estoy dispuesto a acompañar indefinidamente a un ser que acepta y asume como esclavo una vida enclaustrada en el recinto claustrofóbico de los miedos (la cobardía nos carcome primero a nosotros mismos); en tiempos como los que vivimos y en países no extremistas ni fundamentalistas en los que se amenaza con la cárcel o la muerte, salir del clóset no es sólo una posibilidad, sino una obligación con nosotrxs mismos.
Y si esta postura les resulta un tanto radical —porque no es ni recalcitrante ni dogmática—, habré dado en el clavo, porque la raíz del clóset está en la homofobia, porque defender un presunto derecho al clóset es avalar esa homofobia que tantas lágrimas y muertes ha generado. Y mi postura es, como pienso que ya lo he dejado claro: ANTE LA HOMOFOBIA, NI UN PASO ATRÁS.
Por supuesto que el clóset ha servido a la homofobia, pero ello no elimina el derecho de las personas a tomar sus decisiones. Yo vivo fuera del clóset al 10%, creo ser la única persona en mi trabajo (la CNDH) que lo asume públicamente. Sería idóneo a la casua de la erraidcación de la opresión hacia nosostros que más gente optara por ser abierta al respecto, pero es no les quita su derecho a manejar su vida privada como lo deseen.
ResponderEliminarNo sólo servido, querido, es un instrumento creado e impuesto por la homofobia... Y una pregunta, ¿es error de dedo eso de que vives fuera del clóset al 10%? Sospecho que quisiste poner al 100%, por que te conozco. Las personas pueden (y muchos de hecho, lo hacen) vivir en el clóset, pero elevarlo a nivel de un derecho es como decir que todos tenemos derecho a ser esclavos... y ya no le sigo para no alargar más jejeje Abrazos y gracias por tu participación.
ResponderEliminarMi querido Xabier confieso que me ha costado mucho pero mucho trabajo aprender a salir del closet y aún parte de mí sigue ahí; con mi familia directa lo hice, en mi centro laboral en buena parte tambien. Leer tu artículo me dá otra visión.
ResponderEliminarTere King
Espero, querida Tere, que sigas bien el proceso, sabes que si en algo puedo ayudarte, aquí me tienes. Un abrazo.
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