UNA CULTURA DE UÑAS ABIERTAS -cuarta parte-

[continuación]

Las culturas difieren unas de otras por las distintas formas de mirar de aquellos que se expresan, y las formas de mirar varían según cómo se experimente el transcurrir social, la política. Pienso, volviendo a los ejemplos intelectuales, en las muy distintas semánticas y en las distancias emocionales entre un Jean Genet y un Jean Paul Sartre.







No, no es tampoco la anécdota o necesariamente el tema lo que caracteriza a la cultura, sino el tratamiento que se le da al material con que se elaboran discursos y momentos; sea la palabra (escrita o hablada), la pincelada o el movimiento (callejero, dancístico o musical), y el tratamiento depende que cómo se percibe el entorno, de cómo se experimenta la cotidianidad, de cómo y desde dónde se mira. Sería un error decir que un libro, por el hecho de tratar de la homosexualidad, es producto de una cultura homosexual. No, insisto, no importa el tema sino la voz que transpira un sentir, y por tanto se construye a través de un movimiento especial, de una coreografía particular, reconocibles para aquellos que respiran y sudan el mismo código de señales; asimilando la similitud de los instantes digeridos. Ser homosexual, como ser proletario, en tanto que implica una ubicación en el discurso del poder dominante, redunda en una colocación en el tiempo y en el espacio, y por ende en una identificación. Por otra parte, ser homosexual proletario supone matices que nos hablan de rupturas, de desfasamientos, de superficies texturizadas en las que una universalidad y unicidad cultural no son más que un fantasma.



La “cultura oficial” está relativamente cómoda y puede dormir largas horas de siesta, lo que no niega su riqueza… Las culturas que se producen en los puntos de fricción, en las superficies en colisión, son culturas inquietas, siempre alertas, agresivas, necesariamente nómadas. El cambio constante es una necesidad vital, de él dependen los dos planos de experiencia: ese sobrevivir frente al discurso del poder hegemónico y ese vivir en el estar-siendo.


Una cultura homosexual supone, además, una propuesta moral distinta, y una flecha vertical que atraviesa diferentes discursos sociales asimilando rasgos de diversidad de culturas, pues une sensibilidades a través de las clases sociales y por entre las religiones y las posturas ideológicas y partidistas, e incluso se proyecta entre las lenguas y por toda las geografías de los planisferios, fundando zonas francas en las que un movimiento,, un adorno y un grito adquieren una extensión nueva, estrenando disposiciones políticas distintas, rompiendo fronteras, esculpiendo coherencias experienciales.



Pero las culturas homosexuales son, no obstante, una pluralidad más; los puntos de contacto entre ellas son descubrimientos exitosos que evidencian la guerra impuesta por los discursos dominantes e intransigentes, que sólo aceptan una moral de cuello almidonado y una productividad familiarista, que atomiza los deseos para crean una molécula artificial de placeres y propósitos.

Pero no, todo esto que digo debe ser falso, los sabios, algunos sabios dicen que la pluralidad es singular y las culturas son una sola. Afirmación suicida, porque al universalizar reducen: una cultura universal sería una cultura miope, microscópica, eternamente moribunda, habitantes de un espacio de apariencias.



Aplausos, por favor………………………………

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