SIDA: ENTRE LA PROFILAXIS Y LA RECUPERACIÓN DEL PLACER SEXUAL

© Xabier Lizarraga Cruchaga


A través de una historia sexo-social mediada por la erotofobia, por la desconfianza y la mirada sospechosa, en sociedades modernas, como las nuestras, con un alto nivel tecnológico pero muy deteriorado ambiente afectivo, se ha insistido en reducir la sexualidad a un mero folklore de corte reproductivo y a una comercialización de los placeres; una sexualidad no sólo genitalizada sino estereotipada… acotada por la heteronormatividad y la mirada clínica, atravesada por una doble moral miope y asfixiada por concepciones binomiales, por estrechas significaciones que dejan atrás al sujeto del deseo para centrarse en los individuos sujetos a un “deber ser” de recetario.

Con la identificación del SIDA como pandemia y como “enfermedad” de trasmisión sexual (en la década de los 80 del siglo XX), el ejercicio de la sexualidad volvió una vez más a estar en la mira del censor, del vigilante, del médico y el juez; una vez más se la contemplaba como riesgosa… después de que en los 60 y 70 toda infección de trasmisión sexual había conseguido ser vista como una infección soy y del hago, del somos y del deseamos)… provocando disgustos y una multiplicidad de resistencias a un lado y otro del espectro social: los vigilantes y los vigilados.


Se comenzó, por tanto, a hablar de sexo seguro y de sexo protegido (que el Vaticano vio como una afrenta a su moral… y apenas últimamente empieza tímida y quejosamente a recular). Una y otra noción son, a todas luces, propuestas profilácticas y, con ello, el ejercicio de la sexualidad, nuestro erotismo es recuperado por la mirada erotófoba como algo inevitable, pero que si bien debe promoverse para garantizar la reproducción de la especie y del orden social, también encierra sus peligros. Y es que, reconozcámoslo, la sexualidad como la vida misma, nunca está libre de riesgos. Si nos detenemos a pensarlo, una y otra noción inculcan una percepción de la sexualidad como una realidad comportamental a la que el ser humano, racional y consciente, no debe abandonarse… tal y como vienen diciendo los fundamentalistas religiosos.

El SIDA, por tanto, se significó como un nuevo accidente sufrido por nuestra sexualidad.



Hablar de “sexo protegido” no es más que la insistente repetición de una visión de la sexualidad genitalizada y concentrada en la penetración, a la que se le agrega no sólo el discurso de que “hay que tomar precauciones para cuidarnos a nosotros mismo” sino también el de que “todos somos responsables de la salud de los demás”. Consecuentemente, a la utilización del condón o preservativo se le agregan buenas dosis de miedos, desconfianzas y sospechas: si alguien propone utilizar un condón ¿nos está diciendo que está infectado? ¿…que no somos gente decente? ¿…que no nos ama? ¿…que desconfía de nosotros? ¿…que debemos desconfiar de él? 

Por otro lado, con frecuencia el “sexo seguro” se convierte en el decir popular en sinónimo del anterior, del “sexo protegido”, pese a que en sentido estricto no lo es. El llamado sexo seguro excluye la penetración (oral, vagina o anal) y, de hecho, deviene en propuesta de una descentralización de la actividad sexo-erótica en el encuentro de los genitales, con el fin de evitar todo posible intercambio de fluidos potencialmente contaminantes: semen, líquido pre-eyaculatorio, lubricación vaginal y flujo menstrual —aunque los que llevan las cuestionables estadísticas de infección tienden a invisibilizar, como suele suceder, a las lesbianas.


Propuestos como acciones preventivas para evitar la trasmisión del VIH, tanto el “sexo seguro” como el “sexo protegido”, se significan médica y anímicamente como métodos profilácticos que, evidentemente, condicionan al placer sexual, responsabilizando al individuo no sólo de sí mismos sino de la salud social. Y las mismas denominaciones “seguro” y “protegido” hacen sonar las alarmas: conllevan un discurso medicalizado, que invita a tomar distancia: el incremento del llamado bareback —el encuentro sexo-erótico sin condón, como solía hacerse cuando no se temía un embarazo no deseado o un padecimiento lamentable— es prueba del rechazo de una sexualidad que es dictada por el discurso médico que impone barreras, un placer de recetario.


Las propuestas para incidir en el ánimo, sin riesgo de trasmisión del VIH, acuden a promocionar la erotización del sexo protegidocondonándolo—, aún y cuando muchos de nosotros sabemos que no existen estrategias ni didácticas o terapéuticas que nos hagan que eroticemos lo que no nos erotiza —de hecho, el discurso de erotizar lo que no erotiza es la médula espinal de todas las pretendidas “terapias” para heterosexualizar al homosexual. Pero prácticamente nada se ha hecho, ni en las escuelas ni en el seno familiar, por recuperar todo el cuerpo para el goce sexo-erótico, que es lo que supuestamente se persigue con la noción de “sexo seguro”.

Una recuperación del la sexualidad como ejercicio del cuerpo y no sólo de unas reducidas partes de nuestras anatomías, cumpliría con las necesidades de profilaxis epidemiológica, sin condenar al ejercicio sexo-erótico a una disciplina, a un control… un ejercicio erótico vigilado con miras a prevenir enfermedades; y es que el placer, cuando lo cubrimos de miedos a la enfermedad, se enferma.


Más que pretender reducir las posibilidades de los encuentros eróticos —satanizando la “promiscuidad” y los “encuentros furtivos”— a formas sin riesgo, habría que modificar las actitudes y las miradas hacia el otro/a, hacia la sexualidad en general, recuperándola como ejercicio polimorfo, imaginativo, creativo… que involucra al cuerpo todo, a la mente y al afecto (aunque sea de manera fugaz). Es imprescindible erradicar las nociones medicalizadas del “sexo protegido” y del “sexo seguro”, a través de des-erotofobizar los encuentros entre los individuos y los cuerpos. Es imprescindible y urgente incrementar el ejercicio de la comunicación y la aventura de los tocamientos, de los jadeos y los susurros o gritos emocionados y emocionantes; tenemos que aprendernos y aprehendernos como seres que se encuentran y disfrutan… no como individuos poseedores de genitales amenazantes. Pero, para ello, necesitamos que la sexualidad diversa y disfrutable no esté bajo la lupa, sino en las pláticas en la familia, en las aulas desde la infancia y en las legislaciones.




El SIDA hace tiempo que va dejando de ser una sentencia de muerte, hagamos que deje de ser una sentencia de desconfianza. No existe eso que erróneamente los médico calificaron de “grupo DE riesgo”, sino individuos EN riesgo, y esos somos todosarriesguémonos a hacer del deseo y el placer sexo-eróticos una estrategia contra el miedo, la discriminación y la censura, un recurso para la salud personal y social.


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