UNA CULTURA DE UÑAS ABIERTAS -segunda parte-

[continuación]

Volviendo a los decimonónicos, podemos retomar el primer párrafo del trabajo “La ciencia de la cultura”, escrito por Edward B. Tylor en 1871, para constatar que, pese a su evolucionismo social europeocentrista, resultaba mucho menos reduccionista que otras voces más recientes:

La cultura o civilización, en sentido etnográfico amplio, es aquel todo complejo que incluye el conocimiento, el arte, la moral, el derecho, las costumbres y cualquiera otros hábitos y capacidades adquiridos por el hombre en cuanto miembro de una sociedad.

Sin embargo, desde la perspectiva tyloriana sí parece posible negar la existencia de culturas homosexuales, a no ser que la sociedad en su conjunto se reconociera homosexual; para Tylor, las innovaciones contestararias dentro de un sistema social no eran objeto de estudio ni constituían punto de gravedad alguno.



Hoy, a más de un siglo de distancia, el concepto “cultura” sigue siendo objeto de discusión, y la imprecisión misma, en mi opinión, nos habla de la pluralidad que abarca y de la movilidad que implica. Su universalidad sólo es pensable en tanto que característica inherente a la especie Homo sapiens. La cultura, así en singular, únicamente se puede concebir en términos de comportamiento; es decir, como aquella expresión mediante la cual el animal humano se extiende y reproduce más allá de lo biológico.

Pero no tiremos al olvido las últimas palabras del párrafo de Tylor: “…cualquiera otros hábitos y capacidades adquiridos por el hombre en cuanto miembro de la sociedad”.

El ser humano, como especie invariablemente vive y se realiza en y por la sociedad (incluso aquellos ermitaños de extraño romaticismo). Pero en una sociedad revolutiva más que solucionable, y por ende, adquiere hábitos y capacidades en ella, aunque no siempre tales hábitos y tales capacidades respondan a los intereses del sistema social imperante.



En toda sociedad existe el ejercicio del poder, por tanto, se generan discursos de poder distintos. Unos y otros son parte de culturas que se imbrican, se especifican en la medida en que se enfrentan, se encuentran, se proponen y se responden produciendo realidades significativas para aquellos que las viven y las experimentan. Pero los cambios no se dan en forma lineal, continuada, determinando un proceso evolutivo de alguna manera predecible. La visión continuista y finalista fue precisamente la que caracterizó al evolucionismo social del siglo XIX, que pretendía que la cultura era una y universal, y que existía una fuerza de cambio tendiente hacia las formas y los rasgos de una realidad cultural europea.

De hecho, la oposición entre los discursos que se dan en el seno de la sociedad, habla de choques experienciales, y son las experiencias las que construyen rasgos, formas y nuevos discursos culturales. Consecuentemente, en una sociedad se van dando tantas culturas como cuadros de enfrentamiento social se producen, en función de los discursos.



Ahora bien, con frecuencia muchas de esas culturas pasan inadvertidas o se diluyen en virtud de la capacidad devoradora que tiene el discurso dominante de la cultura oficial, que busca neutralizar los efectos de un movimiento contestatario, resemantizando y absorbiendo sus formas y sus planteamientos, para digerirlos y aprovecharlos para sí mismo.

Por todo ello, ya es tiempo de mirar cuidadosamente por todas partes, y ver en las formas de caminar, por ejemplo, rasgos culturales que en un momento dado cimbren en algún punto a la oficialidad.



Pienso ahora en mi, en aquella chava, en ese japonés, en el negro neoyorkino aquel, etcétera; también el vestir y el hablar, las entonaciones, los adornos, las inflexiones de un grito, el movimiento sutil o rudo de una mano en un momento dado, son rasgos culturales; y no sólo lo son esos versos escritos en una noche de insomnio ni los cuadros pintados en la tranquilidad clasemediera de un estudio más o menos acondicionado en una calle X.

Expliquémonos la cultura a través de todo aquello que se vuelve elemento constitutivo; por ejemplo, la política, que también impregna los comentarios moralistas del profesor o del médico que atiende a la familia. Todo forma parte del movimiento, pero no es posible hablar de un solo movimiento.

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