CLOSET = HOMOFOBIA


El título de esta reflexión quizás les parezca exagerado, injusto, quizás hasta agresivo e incluso insolidario, recalcitrante, tal vez –por favor, llenen con adjetivos la línea puntuada, como suele decir mi admirado Jesús Calzada:......................); lo que sí asumo es que es un postulado radical, porque pretendo –aunque no lo consiga– llegar a la raíz de un problema social milenario. 

Tal vez los hay que argumenten, con no poca razón y con algunos pelos de la burra –no todos– en la mano, que cada quién puede hacer de su vida lo que mejor le plazca, como  optar por "ser discreto", "ocultar" o "editar" parte de su vida a la vista de los demás, protegerla de los riesgos de vivirla plenamente, ser avaro consigo mismo, y demás. Y si, sin duda pueden también argumentar rascándole incluso a las opciones, que el clóset se inscribe en el "derecho a la intimidad", "a la privacidad"; pueden considerar lo que quieran, como yo puedo considerar que eso del clóset no supone "derecho" alguno y que no sólo incumbe al discreto, avergonzado o temeroso, sino que afecta a todos, porque entre otras cosas: abona la homofobia.

Sólo quisiera precisar que no son lo mismo "el clóset" y "las estrategias para salvar la vida o no ser encarcelado" en países institucionalmente homófobos; ahí donde las leyes no sólo no garantizan la vida sino que la amenazan, son más que necesarias las cautelas, los espacios clandestinos y los lenguajes crípticos. El clóset es otra cosa... Y tiene una triste historia. Estar en el clóset avala la homofobia, porque es un constructo derivado de la heteronormatividad; es una imposición ideológica que permea los ánimos, los afectos, los vínculos sociales, sean  fugaces o permanentes.  Por lo que resultan absurdas ideas tales como la debida a la pluma de un famoso escritor que murió sin salir de un clóset de cristal que afirmaba que "salir del clóset es un acto confesional".

El asunto es mucho más complejo; no se trata sólo de "callar" o "gritar: soy joto ¿y qué?"... y quien dice "joto" o "puto", dice "lesbiana" o "tortillera", ""vestida" o "trans", "bicicleta", "sin problemas de estacionamiento" o "bisexual". Yo mismo, por ejemplo, no ando diciéndole a todo mundo que soy "mexicano",  "hijo de refugiados españoles" o "antropólogo", y no por ello soy "mexicano de clóset", "hijo de clóset" o "antropólogo de clóset"... Pero cuando le comunico a alguien algo de eso, no estoy confesando mi nacionalidad, mi origen o mi profesión. ¿Por qué? Porque el clóset es algo que implica no sólo lo que uno es o siente, sino las actitudes, los valores y los sentimientos de los otros, y tiene como ingredientes los miedos y las vergüenzas, las culpas y el peso de las opiniones de los demás. Decir que "salir del clóset" es un acto confesional supone que lo que la persona es le resulta vergonzoso, que le provoca culpas... Uno no confiesa que le gustan los tacos de carnitas con salsa verde o la tortilla de patata, que siente placer cuando lee una novela o toma el sol en la playa, que le apasionan las películas de Alfred Hitchcock y disfruta cuando viaja. Uno confiesa un delito, un pecado, un error, un acto del que se arrepiente o que reconoce vergonzoso.

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El clóset es una imposición de silencios, de vergüenzas, culpas o miedos, por lo que es un dispositivo de opresión; un dispositivo que orilla a fingimientos y mentiras, un dispositivo de tortura que orilla a esconder algo de lo que uno es. El clóset sólo aparentemente permite al individuo sentirse bien, aunque realmente lo que ofrece es tranquilidad a los otros; el clóset es un dispositivo de poder heteronormativo: si no eres como debieras ser en una sociedad heterocentrista, son los demás los que te amenazan; de ahí que si estás en el clóset es para no ser discriminado, perseguido, injuriado, despreciado; luego entonces, el clóset es un instrumento de la homofobia. Y si es un instrumento de la homofobia, vivir en el clóset es aceptar ser regido por la homofobia. Uno no se mete al closet, es metido a la fuerza, porque  nacemos en el seno de un orden social homófobo. Como bien apunta Paco Vidarte en su libro Ética marica. Proclamas libertarias para una militancia LBTBQ: "Yo soy marica y mi circunstancia es un medio mayoritariamente hostil, heterosexual, machista, homófobo […] las maricas ya parten de una situación peculiar: están desprovistas de un yo, son no sujetos." (pg. 33)

La homofobia tiene una historia más larga que la misma palabra "homosexual" –y quien dice "homosexual", dice "lesbiana", "bisexual", "transgénero", "travesti", "transgénero" o "intersexual"– porque subyace en un orden social que impone una noción de "sexualidad" centrada en dos premisas opresoras: 1) la función de la sexualidad es la reproducción, y 2) sólo existen dos sexos –que se complementan para cumplir la primera premisa. Y además de opresoras, tales premisas son falsas: antes de que existieran seres sexuados, muchos organismos eran más que capaces de reproducirse por bipartición e incluso hay organismos sexuados, como lagartijas, que no se reproducen sexualmente sino por partenogénesis; además en no pocas especies la sexualidad sobrevuela relaciones sociales no necesariamente reproductivas: alianzas, por ejemplo, así como experiencias placenteras... Y parientes evolutivos nuestros, como los bonobos, son buen ejemplo de ello.

Cuando el homosexual no se permite ser como es, expresar sus sentimientos, ventilar sus amores es por temor a lo qué podrá hacer papá, cómo se lo tomará mamá o paralizado por el posible infarto de la respetable abuela; consecuentemente, finge para no desentonar, para no arriesgar insultos, rechazos, desprecios... no evita sus propios escándalos sino los de aquellos que le rodean... Insisto: clóset = homofobia.

La homofobia tiene más rostros y máscaras de las que muchos queremos reconocer porque amamos a mamá, respetamos al abuelo, aspiramos un buen puesto de trabajo y el reconocimiento de quienes nos rodean, porque se teme el "qué dirán". El clóset obliga a ocultarse cuando se está en casa, se va a la escuela,  se solicita un trabajo... porque la homofobia exige que nos pongamos una máscara, que le cuestan mucho a quienes se dejan avasallar, humillar, oprimir y avergonzar por lo que piensan los demás. 

Pero la homofobia no para ahí... va más lejos porque es violencia polimorfa. Es la homofobia la que realmente se disfraza para incidir en el ánimo, se maquilla de tolerancia y de interés científico incluso. Por ello, invito a reflexionar un poco más allá de la  inmediatez del miedo o la culpa, una lista de diez expresiones de homofobia que no solemos reconocer como tales:

1) Que los padres presupongan que sus hijos serán heterosexuales, y por ello les parezca de lo más natural preguntarles a sus hijos sobre si tienen novia (o novio, en caso de las hijas. Así como que, por el hecho de ser sus padres, los hijos den por hecho que son heterosexuales.
2) Que las madres –y en menor medida los padres– se pregunten “qué he hecho mal” cuando se enteran que un hijo o una hija es homosexual.
3) Que los padres, cuando saben que un hijo o hija es homosexual, pretendan que finja, demanden “discreción”, anteponiendo el “qué dirán” a la solidaridad y el apoyo parental… Lo que no es más que exigir que vivan en el “clóset”.
4) La búsqueda de una causalidad de la homosexualidad, cuando ningún investigador se ha propuesto todavía buscar la de la heterosexualidad.
5) La concepción psicoanalítica de que la homosexualidad supone un estado de inmadurez, en tanto que la relaciona con las pretendidas fases o etapas primarias del presuntamente “normal desarrollo psicosexual del individuo”.
6) Proponer presuntas terapias para “convertir” en heterosexual al homosexual.
7) Considerar defecto, delito, pecado o “faltas a la moral” los deseos y las conductas homosexuales. Sorprenderse y sentir alarma por ellas.
8) Que los asesinatos de homosexuales, travestis, transexuales y demás, queden impunes con mayor frecuencia y, la mayor de las veces, se concluyan con que se trató de “una riña entre homosexuales” o “un crimen pasional” al que más vale dar carpetazo.

9) Que el orden social hegemónico sea heterocéntrico, heteronormativo, falocéntrico y misógino, y se rija por una concepción binaria de los sexos, y

10) Implementar políticas de “tolerancia” pretendiendo subsanar con ello el orden de exclusiones imperante y las actitudes de rechazo que se tienen y expresan todos los días, a todas horas, en todas partes. Tolerar no es otra cosa que: “aguantar, soportar”, incluso resignarse a que algo que no gusta, que molesta, que no se quisiera ver o tener cerca, exista… La tolerancia es, quizás, la máscara más humillante de la violencia. Por ello, cabe suscribir una demanda impostergable: Seamos intolerantes con la tolerancia… Y es que tolerarnos supone otorgarnos permisos para ser lo que somos, concedernos una libertad condicionada... 

¿Limosnas y palmaditas en la espalda? 


No gracias... 










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