LENGUAJE Y HABLA: ARGUMENTO Y DEBATE



De un tiempo a esta parte es frecuente un ir y venir de afirmaciones y rechazos, de argumentos y obsesiones que giran, rondan en torno al lenguaje o a lo que algunos piensan que es lenguaje, esa plural y dinámica capacidad para expresar ideas, pensamientos, acciones, emociones y sentimientos a través de conceptos esculpidos como palabras, que da lugar a una modalidad de la especie de comunicarse oralmente o por escrito a través de palabras, términos, clasificados como sustantivos, verbos, adverbios, adjetivos, pronombres e incluso intenciones entretejidas con pausas, interrogantes y admiración, a través de otros signos más, tales como . : , ; … ´ ¨ “ ” « » ¿ ? ¡ ! A los que se agregan otros para significar sin palabras algo abstracto y sólo ocasionalmente útil para precisar cosas en una conversación, escrita o hablada, como – – ( ) [ ] { } + - = # % * y otros de importación o menos frecuentes para nosotros, entre los que cabe recordar ç @ < > ¬ ~ &

El denominado “lenguaje inclusivo” o “incluyente”, se dice, es un “acto político” para combatir el sexismo, para dar visibilidad a las mujeres e incluso a las personas que no se limitan a la binariedad sexogenérica, que permite la potenciación de “lo femenino”, de “lo neutro”, de “lo plural”, que son realidades silenciadas, invisibilizadas por un manto de prepotencia, más que ideológico, que prioriza y vuelve protagonista absoluto de la escena social a “lo masculino”, “lo referente al macho” tanto de la especie como de aquellas abstracciones culturales que lo manejan como referente… “Todos somos humanos”, dicen que excluye, que invisibiliza a “las mujeres”, sean cis y trans, y hay quien considera que incluso a “intersexuales” y a otros personajes más recientes en el discurso sexopolítico: la gente “queer”. Personalmente comprendo, reconozco que es “una acción política”, aunque no considere que resulte ni remotamente útil, por una serie de razones, que a no pocas mentes quizá les parezcan “poco razonables”; pero me arriesgaré a exponer brevemente algunas de mis premisas para tal consideración.

Veo un absurdo problema creado cuando aquello que se escribe no tiene un tránsito coherente a lo que se dice, emite a través de sonidos: “tod@s” y “todxs” (como ejemplo), por lo que es comprensible que también se busque la utilización de otra letra con un sonido adjudicado, para evitar que se “invisibilice” lo que debe estar siempre visible porque siempre está presente; así, en vez de “tod@s”, al hablar se propone decir “todes”, porque al parecer la vocal “e” carece de sexo, lo que es evidente, pues carece de biología, y también de género, algo que es más que discutible, porque “género” tampoco tiene “sexo” ni atribución sexual alguna, en la medida en que es un término clasificatorio, una categoría que permite reconocer que una cosa es distinta a otras de la misma clase: género en biología es un casillero taxonómico (género Homo, por ejemplo), como también lo es en música (jazz, country, clásica y demás), en literatura (lírico, épico y dramático) y en comercio se habla de géneros al diferenciar textiles y otros productos. Pero asumamos que al hablar de “género” casi todos piensan en algo que tiene relación directa o no con el sexo, con la sexualidad: femenino, masculino y neutro o no binario o “raro”, “extraño”, “inusual” o “perturbador” (queer). Y como todo ello existe, no debiera ser invisible en el devenir del concierto (y desconcierto) social... Todas las realidades que se nombran, para bien o para mal, no son invisibilizadas, como sí lo son otras realidades que no han sido aún nombradas por no ser vistas, comprendidas, reconocidas o siquiera pensadas.


El argumento de que el “lenguaje inclusivo” (o “incluyente”) busca que se deje de invisibilizar a la mujer, es un argumento falaz, porque las mujeres no son invisibilizadas en una sociedad sexista, sino todo lo contrario, son vistas y señaladas, calificadas y valoradas de manera injusta, sin equidad con respecto a lo que se piensa y se valora del hombre… Para devaluar, humillar, dominar e imponerse a alguien, es imprescindible que ese “alguien” sea visible: intentar devaluar, humillar, dominar e imponerse a fantasmas y espíritus no es un acto de poder sino más bien de “no poder”. En el discurso, durante milenios quienes sí fueron invisibilizados, fueron los hoy cada vez más visibles “homosexuales” (mujeres y hombres) porque no es hasta el siglo XIX, concretamente hasta 1869, que no existía un término concreto para hacer referencia a su persona, porque lo que en realidad se veía, desaprobaba y perseguía no era al individuo como tal sino al individuo que realizaba determinados actos, que ejercía una sexualidad que se deseaba desaparecer… Y para ello, qué mejor que desaparecer a las personas que llevaban a cabo las conductas identificadas como contra natura, pecaminosas, indeseables: muerto el perro, sin embargo, no se acaba la rabia, y aunque no se les viera o se les matara al ser vistos, las conductas siguieron dándose a escondidas, disfrazadas, simuladas o enmarcadas en coreografías si no aceptables, tolerables. Al dejar de ser invisibles, las personas que asumían gustos y deseos por otras personas de su mismo sexo, se convirtieron en objeto de burla, de persecución religiosa y política, en carne de presidio y consultorio: un precio alto para la visibilidad, equiparable al de las mujeres, que siempre han sido visibles y con frecuencia violentadas, despreciadas, más que amadas, utilizadas en los contratos de la heterosexualidad. Si las mujeres no hubieran sido siempre visibles, la heterosexualidad no hubiera sido protagónica, como tampoco hubiera sido “el modelo a seguir” si a la sombra y entre despojos no se supiera de la existencia, que no se quería reconocer en voz alta, de las personas homosexuales; pues como bien argumentara Serge Moscovici: “Por una paradoja que no lo es sino en apariencia, es en la interacción homosexual que la dimensión sexual adquiere un relieve social y no en la interacción heterosexual” (Sociedad contra natura 1975:201, Siglo XXI, editores, México); de ahí que se buscara la invisibilidad de la homosexualidad, para que no pudiera reconocerse su papel protagonista… Finalmente, más que “la heterosexualidad” el protagonista de los dramas y comedias siempre debería ser “el hombre”, pero no cualquier hombre, sólo el visible, el hombre “heterosexual”, que es el que puede erigirse como titán en una escena donde las mujeres –independientemente de sus deseos y necesidades– devienen comparsas, personajes siempre secundarios, utilizables para uso y abuso de los hombres que deben brillar en la escena, verse sin mácula, porque todo vicio es cualidad si quien lo tiene es el que ostenta el poder de ajustar los guiones a su manera. No, las mujeres no debían ser invisibilizadas, porque siempre es necesario tener un referente “inferior” para que se reconozca “una superioridad”, como dejó claramente denunciado Ray Bradbury en Crónicas marcianas en el capítulo “Junio de 2003 - Un camino a través del aire”, en el que los negros deciden viajar a Marte y los racistas temen perder su privilegio de ser quienes humillan y se sienten superiores (2008, Booket/Planeta, Barcelona).

En el vivir cotidiano, sin embargo, incluso hoy se suele invisibilizar a otros que no encajan en las nociones de “mujer” y “hombre”, pensadas como “hembra” y “macho” de la especie; y cuando se hacen evidentes, más que visibles, muy presentes, con lamentable frecuencia se busca desaparecerlos, re-crearlos vía terapias hormonales y cirugías para que se ajusten a lo que se quiere reconocer como “lo único”, lo normal y lo deseable, algo que de forma contundente denuncia Beatriz Preciado (hoy Paul B.) en Manifiesto contrasexual (2011, Anagrama, Barcelona); y quizá el uso de “todes” pudiera conseguir que se sintieran incluidos en el discurso, aunque ese uso lingüístico no basta para modificar opiniones y conductas, las actitudes del conjunto social hacia su realidad, por sí misma diversa, plural siguen invisibilizando aquello que no se desea, no se comprende o desordena una concepción limitante de la realidad, de una realidad construida para servirse de ella, más que para asumirse parte de ella.

Más que lenguaje, el denominado “lenguaje incluyente” se refiere a los actos del habla y su escritura, y se presenta como “acto político” (que lo es, pero sin fuerza) como si realmente se asumiera que “lo que textualmente se dice” soluciona lo que se piensa que está mal, como si sólo por “hablar” (o escribir) con ciertas palabras realmente se pudieran abrir espacios de libertad y justicia, de equidad y comprensión. El lenguaje, es mucho más que “hablar” (o “escribir”), incluso más que “comunicar”, porque con el lenguaje se “construyen los mundos que vivimos” en los que las realidades adquieren no sólo presencia sino consistencia, no sólo silueta sino volumen, no sólo superficie sino profundidad, más allá de que los términos (palabras) tengan o no significados unívocos; finalmente, la polisemia es una cualidad que hace evidente que las realidades se proyectan más allá del aquí y el ahora, más allá de la forma y el sonido, pues como atinadamente expresara Laurent Binet en su novela La séptima función del lenguaje: “la polisemia es un pozo sin fondo de donde llegan ecos infinitos.” (2017:38, Seix Barral, México).

El lenguaje es más que un arma, es nuestro vínculo con las realidades de los mundos/escenarios que vivimos, y las palabras son el atrezzo; modificando a éste podemos sugerir detalles, pero el drama que se lleva a cabo en el escenario, las dramaturgias no se modifican; para realmente modificar el escenario y la dramaturgia, las palabras son insuficientes, requerimos de los laberintos y recursos del lenguaje: en vez de decir “todos los mexicanos…” tejamos otra melodía: “toda persona mexicana...” Y en esa melodía, sin más argumento o debate, aunque no nos hagamos más visibles, estamos incluidos… O si prefieren: incluidas o incluides, incluidxs e incluid@s

Comentarios

Entradas populares de este blog

ROSA CON CANAS...

REÍR… AUNQUE NO HAYA DE QUÉ