Tercera parte: HOMOFOBIA: PATOLOGÍA Y AGENTE PATÓGENO


A diferencia de otro tipo de fobias, la homofobia termina por afectar, en primera instancia y de manera inmediata, a aquello que, más que provocarla, la desencadena en el homófobo: la homosexualidad; al tiempo que se incrusta en todos y cada uno de los individuos-sociedad-especie (las endogenias), a manera de cualidad responsiva, vía radiaciones psico-afectivas, matizando y texturizando los componentes bio-sociales y socio-culturales de sus exogenias (entornos). De hecho, a modo de boomerang la homofobia se redirecciona y resemantiza como agente patógeno que genera, tanto en los individuos heterosexuales como en los homosexuales y bisexuales, estados emocionales alterados; mismos que derivan en un amplio abanico de respuestas sociales en las que subyacen el rechazo, el desprecio y el acoso, la injuria, la devaluación, la opresión-represión y la persecución de lo que se signa (ve y califica) como homosexual u homoerotico (vivencia y experiencia comportamental).


Hoy por hoy, en el seno de gran parte de las academias médicas, la idea de ver a la homofobia como patología es casi de inmediato rechazada, en la medida en que, reconocerla como padecimiento psicológico supone reconocer que, por lo menos en el contexto occidental, se trata de una verdadera pandemia que subyace en el discurso mismo del hacer médico y, a mayor escala, del orden social heterocentrista. Se discuta o no la validez gramatical o lingüística de la palabra“homofobia”, hoy por hoy, es una voz que da presencia a un hecho, a una construcción social; una palabra que no es inocua (o neutra), pues como apunta Didier Eribon:


“El lenguaje nunca es neutral, y los actos de nominación tienen efectos sociales: definen imágenes y representaciones.” (Eribon, D. [2001:23] Reflexiones sobre la Cuestión Gay, Editorial Anagrama, Barcelona).


“Homofobia”, como palabra, nombra algo cuyos contornos y contenidos quizás la rebasen, pero deviene en noción y concepto que da visibilidad y hace referencia a un fenómeno complejo, cuyos numerosos aspectos tanto biológicos y psicológicos como sociales y culturales (tanto históricos como biográficos) atraviesan y median el uso mismo del término. De hecho, ya desde la segunda mitad del siglo XIX y a lo largo de todo el XX, el reconocimiento del fenómeno discriminatorio obligó a intentar el estudio y la comprensión, tanto de los comportamientos homosexuales como de las tradiciones culturales que daban cuenta de tal realidad comportamental.


Hoy, se requieren estudios que no pasen por alto las cualidades, los rasgos y las formas de expresión del fenómeno, y que permitan detectar los ambientes y los procesos que genera la homofobia en el concierto-desconcierto socio-cultural en el que el animal humano se expresa, en términos de los impertativos comportamentales de agresividad, territorialidad, sexualidad e inquisitividad. Al hablar de la homofobia, se alude a cómo las imágenes creadas (incluyendo los estereotipos/caricaturas) en relación a la homosexualidad, afectan a los individuos adscritos (conscientes o no) a un grupo social en torno al cual se crea toda una mitología; una mitología relativa a los gustos, deseos, emociones, sensaciones y conductas sexo-eróticas de los individuos… despojándolos a éstos de su categoría (y de sus derechos) de sujetos sociales autónomos.



HOMOFOBIA: FENÓMENO DIVERSO


Por el amplio cuadro de prejuicios e ignorancias que sobrevuelan las maneras de ver (e incluso de vivirse) la homosexualidad, la homofobia necesitamos pensarla y trabajarla -por lo menos desde la Antropología del Comportamiento- no sólo en función de las acciones (conductas y reacciones) que supone, sino como un plural fenómeno social diverso, y es necesario analizarla en términos de responsividad y de actitudes. Fenómeno que genera (provoca) respuestas y actitudes que devienen en la texturización de una mentalidad social (aunque no se quiera ver ni reconocer como problema), cuyas significaciones e implicaciones subyacen en numerosas leyes y reglamentaciones, en no pocos procedimientos administrativos y en la aplicación de la justicia, así como en no pocas políticas de seguridad y salud públicas; y de manera más que directa (no siempre evidente), en las políticas educativas y laborales, y en las lógicas y dinámicas de la vida cotidiana (intra y extrafamiliar).


Teniendo como punto de partida (y como substrato) la erotofobia, que supone una visión de rechazo a toda sexualidad que no se ajuste a una perspectiva heterosexual-genésica, en el contexto social la homofobia condiciona y matiza el devenir cotidiano no sólo del individuo homosexual (y por aproximación, de los bisexuales) sino también de los heterosexuales, vía el tratamiento que en el seno familiar, en las instituciones médicas y jurídicas, en los centros educativos, de trabajo y en los recreativos, en las Iglesias, en la prensa y en las instituciones deportivas y militares se les da a las personas por sus preferencias o conductas homoeróticas (o incluso, por su apariencia y sus maneras). Tratamientos no sólo discriminatorios sino también metaforizados que, en virtud de numerosas presiones morales y económicas, se ven intensificadas como reacción, por un lado, a la cada vez más abierta y extendida manifestación pública de los hombres y las mujeres homosexuales —a partir de la rebelión de Stonewall en Nueva York, en junio de 1969 y la posterior mundialización del OrgulloGay—, y por otro, a la emergencia epidemiológica del SIDA, a principios de los años ’80 (y hoy convertida en pandemia).


Al hablar de “homofobia” (o decir “homófobo”) se tiende a pensar en acciones concretas dirigidas a los homosexuales; como fenómeno unidireccional: A → B, sin tomar en cuenta (ni mucho menos reconocer) que tales acciones devienen en una pluralidad de relaciones y retroacciones dialógicas que, necesaria e inevitablemente, hunden sus raíces en maneras de ver, percibir, sentir y pensar sobre y respecto a las conductas homoeróticas y a los homosexuales como individuos. Maneras de ver, percibir, sentir y pensar que tienen una larga historia, pues, como atinadamente expresara José Joaquín Blanco:


“...la homosexualidad —como cualquier otra conducta sexual— no tiene esencia, sino historia. Y lo que se ve ahora de diferente en los homosexuales no es algo esencial de personas que eligen amar y coger con gente de su mismo sexo, sino propio de personas que escogen y/o son obligadas a inventarse una vida [...] en la periferia o en los sótanos clandestinos de la vida social”. (Blanco, J.J. [1981:183-184] “Ojos que da pánico soñar”, en: Función de Medianoche, Ediciones Era, México).


Desde una perspectiva simplista, que pretende explicar las dinámicas sociales y culturales en función de dos polos (heterosexual-homosexual, bueno-malo, sano-enfermo, virtud-pecado, lícito-ilícito…), la homofobia queda reducida a una explicación de causa→efecto, que supone un tensión entre dos partes confrontadas por sus pretendidas “esencias” (“naturaleza”, “sino” o “predisposición genética”). Se intenta, así, ocultar (o desatender) su complejidad como tensión retroactuante de... y en... un todo sin esencia, naturaleza o sino unívoco. Esta visión esquemática (y simplificante), por consiguiente, oculta el papel que la homofobia juega, por un lado, como escenario psico-afectivo de los sujetos sociales, y por otro, como dispositivo de acción de estos y de las instituciones. Actualmente, es imprescindible sustituir dicha perspectiva por otra que no evada la complejidad; una perspectiva desde la cual se piense la homofobia en términos de fenómeno plurívoco, de flujo de cualidades y de resonancias y que, contrariamente a lo que se suele pensar, no sólo afecta a los sujetos y grupos homosexuales, sino también a los individuos heterosexuales y a los grupos e instituciones que la avalan, sienten, promueven y ejercen la discriminación y la opresión-represión de la expresividad homosexual; produciéndose una dialógica retroactuante: causa ↔ efecto… la causa determina el efecto, que actúa sobre… y modifica la causa. Dialógica que provoca/produce lo que, en su momento, Fernando Savater denominó “una sociedad enferma” (Enríquez, J. R. (ed) [1978] El Homosexual ante la Sociedad Enferma, Tusquets Editor, Barcelona.)



Al abordar el estudio del fenómeno de la homofobia, tenemos que pensar más allá de lo inmediato y concebirlo en un doble plano sincrónico↔diacrónico, o lo que es lo mismo, pensarlo en términos de devenires y mentalidades históricas/ontogenéticas. Asimismo; es necesario pensarlo y tratarlo como generador y manifestación de una atmósfera social: la homofobia genera un ambiente y el ambiente genera expresiones de homofobia. Una atmófera-ambiente que orilla a ciertos individuos (a un sector de la población) a moverse y a resistir en la intimidad y en obscuridad social, frente a otro sector que, de manera pública y a plena luz, a su vez se resiente ante… y resiste… la presencia de seres que le generan un desánimo, individuos (y grupos) que percibe perturbadores/amenazantes; que siente le afectan directamente por el hecho mismo de existir, de formar parte de su contexto y de su dinámica social, que subvierte de alguna manera un orden que se quiere pensar (y se pretende) inamovible e inevitable… un fantaseado e ideologizado orden natural.


La homofobia, por consiguiente, deviene en caleidoscopio de opiniones y conductas, de presupuestos y reacciones psico-afectivas, de sensaciones, sentimientos y pasiones en las que subyacen la violencia y la parálisis de pánico, que alteran (afectan) tanto al emisor de las acciones y opiniones homófonas como a aquellos que son sus blancos/víctimas. Pese a lo que generalmente se piensa, el homófono (independientemente de su preferencia sexo-erótica) experimenta un trastorno emocional paralelo (aunque no necesariamente de la misma magnitud) al que experimenta el homosexual que se ve (y se siente) devaluado, cuando no abierta y violentamente perseguido… sea a través de acciones físicas directas contra su persona o mediante mofas, insultos o discriminaciones.


En tanto que fenómeno y abanico de respuestas y actitudes hacia unos otros torpemente definidos y tendenciosamente explicados, la homofobia genera un ambiente comportamental, vía la configuración social de una mentalidad o radiación psico-afectiva. En otras palabras, produce una atmósfera para la acción (o ecología de la acción) que impronta, modula y matiza aprendizajes, tanto en… y entre… los heterosexuales como en… y entre… los homosexuales. Un ambiente de rechazo/miedo, tanto del otro-diferente, como del yo-mismo. Tanto en heterosexuales como en homosexuales (y sin duda en los bisexuales), el ambiente emocional que facilita (cuando no crea) el sentimiento homófobo, mueve a idear diversas estrategias de sobrevivencia emocional que, por resonancia, modelan y modulan una pluralidad de reacciones y respuestas psico-afectivas que sobrevuelan (y van más allá de) un acto concreto y directo de una persona o institución respecto a otra persona o sector de la población.


Así, la homofobia es mucho más que la expresión de un rechazo circunstancial (momentáneo), más que una opinión de un desacuerdo o una sensación; se significa como patrón conductual que deviene en escenario y en disposición para una pluralidad de dinámicas de muy diverso corte; entre ellas, una violencia polimorfa que se expande y generaliza de manera borrosa (imprecisa) y tentacular. En consecuencia, cabe pensarla como agente disposicional y en emergencia de no pocos trastornos, incluso de cuadros patológicos (físicos y mentales) que, en más de un sentido, tornan disfuncionales tanto al sujeto homófobo como a sus víctimas. Genera en ambos (victimario y víctima), sensaciones y sentimientos de desconfianza y vulnerabilidad: la existencia y presencia del otro provoca desconcierto y descontrol, y desencadena irritación, ansiedad, depresión, etc.


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